Maya Erikson y la cueva de hielo by Isabel Álvarez

Maya Erikson y la cueva de hielo by Isabel Álvarez

autor:Isabel Álvarez [Álvarez, Isabel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2022-07-01T00:00:00+00:00


—Huele que apesta —señaló Maya tapándose la nariz nada más entrar.

—Es verdad, pero aquí estamos seguros. Nadie nos escuchará.

—Bien —afirmó ella—. Lo que está pasando es muy extraño —continuó—. Si no formaban parte del equipo de investigaciones, ¿quién era esa gente y por qué mienten?

—¿Y cómo consiguieron llegar hasta aquí si ni el equipo especial puede volar? —cuestionó él.

—Es posible que ya estuvieran aquí.

—En la Antártida vive muy poca gente, la mayoría se conocen entre ellos. Los monitores se habrían dado cuenta —argumentó Aiko.

—Tengo la sensación de que Duncan sí los conocía.

—¿Duncan? —preguntó Oliver extrañado.

—Sí, lo vi hablar con uno de ellos.

—Entonces ¿por qué no dijo que estaban mintiendo?

—Quizá él también esconda algo…

—¡Imposible! —la cortó el chico—. Es un científico de la base, son gente de fiar.

Maya decidió no insistir, pero seguía desconfiando de aquel monitor recién llegado.

—¿Por qué querrían hacerse pasar por el equipo de investigación? —continuó preguntando él mientras deambulaba por la cabaña, haciendo fotografías de todo.

—Se arriesgaron mucho al venir a hablar con nosotros, así que está claro que buscaban algo importante —señaló Aiko.

—Parece que era la esfera.

—Si el temporal es tan fuerte como para que nadie pueda llegar hasta aquí, ellos tampoco habrán podido irse. Sean quienes sean, tienen que seguir en la Antártida —especuló Maya—. Y si ese aparato es tan importante…

—Deberíamos ir a buscarlo. —Aiko completó la frase.

—¿Cómo? —preguntó Oliver parándose y girándose hacia ellas.

—Tenemos que recuperarla, no podemos esperar por el equipo de investigación. ¡Podrían tardar días en llegar! —Maya hablaba con determinación—. Además, necesito averiguar por qué se encendió conmigo.

—No sabemos quiénes son esos hombres, pero está claro que no son trigo limpio o no nos habrían mentido —añadió su compañera.

Las dos miraron a Oliver esperando que mostrase su acuerdo; él las observaba, todavía sorprendido.

—Pero ¿sabéis que estamos en la Antártida? Y que… ¡se avecina un temporal!

—Sí, será mejor que nos demos prisa; si se desata la tormenta será muy complicado encontrarlos —señaló Aiko.

Oliver suspiró profundamente.

—No estoy seguro de que sea buena idea… —dijo dudoso mientras volvía a caminar por la habitación.

—Pero… —empezó a decir Maya.

—¿Qué es esto? —la cortó él entonces.

—¿El qué?

Se acercó y vio a lo que el chico se refería: a un lado de la cabaña había estanterías en las que se exponían, a modo de museo, restos de los objetos de Scott y su equipo. Dentro de un bote oxidado de cacao había una pequeña libreta sorprendentemente bien conservada. El chico la sacó con cuidado y la abrió.

Era una especie de diario en el que el explorador relataba el duro invierno que estaban pasando allí, con seis meses de oscuridad total. Se sentaron y Oliver leyó en voz alta, hasta que llegó a un fragmento que les llamó la atención.

«Ayer pasó algo extraño: había salido de la cabaña para recolectar un poco de hielo para conservar la comida cuando, de pronto, vi algo flotando delante de mí. Parecía una especie de pelota negra y brillante. Permaneció ahí durante unos segundos y, después, proyectó un rayo de luz azul hacia mis ojos.



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